Es la gota de silencio que habita en cualquier conversación.
Es, a veces, la primera del vaso, casi imperceptible.
Otras, la que termina por colmarlo todo, la que rebalsa, la que desborda.
Era de noche ya, estábamos comiendo, fue entonces cuando nos quedamos todos quietos. Era demasiado agotador sostener una conversación así en silencio, aún sabiendo que nos quedaba tanto por decir.
De pronto, una solución encomiable: tomamos aire y dejamos naufragar a los gritos en el living-comedor. Mi papá pidió la sal, mi hermana y mi mamá la tomaron al mismo tiempo, todos en la mesa nos reímos.
Vimos desfilar las gotitas de tiempo por al ladito del tenedor, corrimos de plano la jugada de gol y en una de esas nos encomendamos a alguien, no me acuerdo.
No volvimos a hablar de política durante toda la noche, pero mi abuela recitó de memoria los tangos del poeta feroz
En eso se me cayó un vaso, pero no nos importó. Dicen que no hay cumpleaños si no se da vuelta una copa.