jueves, 26 de febrero de 2009

Iquique


Es imposible prescindir de un pasado.
Cuando uno llega al borde de una pelea, ahí surgen todos los pasados. En ese instante chiquitito, cualquier verso de la madre pegándole al niño, diciéndole al niño que se porte bien o besando con ternura al niño, aparece en el papel sin importar cuál de todos se vivió. Lo relevante, en este caso, es que uno llega con su pasado y no hay nada que hacer.
El pasado se presenta a modo de reacción, a modo de rechazo, a modo de buenos días, me llamo Paula , en qué puedo servirle.
No sé con certeza en que momento Juan se percató de todo esto, pero era imposible predecir que el paso de Consuelo en su vida iba a cambiarlo todo, iba a hacer que la casa que compraría con Natalia nunca llegara a casa.

Su olor estaba en los algodones de azúcar, en los piscos sour, estaba en sus manos cuando lavaba la loza. A veces imperceptible, a veces necesario, a veces nauseabundo. Era un olor a cama, a huerto, a mañana, tarde y noche.
Cuando veía las noticias, escuchaba el silencio de Natalia y la rabia de Consuelo que criticaba cada espectáculo precario del diario vivir.
Era un sentimiento extraño, las noticias siempre le daban la razón, el porqué había terminado con Consuelo. Pero a la media hora, cuando empezaba el fútbol, siempre le dolía tener el cuerpo de Natalia al lado.

Había que sacar la tele de la pieza, pensó Juan.

Entonces el pasado viola con buen gusto al presente y le dice a Juan que la verdad es que estuvo enamorado sólo en el momento en que Consuelo lo hizo ver cataratas de hielo con fruta en un paradero, ni antes ni después de que ella le explicó que el calentamiento global no era un chiste, aunque los países primer mundistas lo crean, ni antes ni después del beso que la calló se sintió enamorado.

Desde ese momento, inconciente en su ingenuidad, Juan ha tratado de recrear en cada mujer que la sucedió, la manera en que gentilmente le había mordido la comisura de los labios y no ha dejado de buscar la violenta forma en que ella le desfiguró su gusto de boca melón con vino, en una evidente debilidad por el sabor a la leche condensada.

Todos traemos un pasado de maleta, un pasado que relincha momentos sumamente vergonzosos.
El pasado crea eyaculadores precoces, mujeres con tendencia a juanete, asesinos en serie, candidatos presidenciales y abultadas cuentas de luz.
Y el pasado se queda ahí, en algún muslo, en algún dolor reumático, en alguna propensión al suicidio; esperando una reacción inesperada, una respiración que acorte un incómodo momento y que traiga a la vida, de un suspiro, a una sensación que se desdibuja cada día con mayor precisión, manifestándose en los ojos de Natalia como un profundo error, como una insuficiencia, como una infinito olor a siglos perdidos.

Entonces cuando el pasado es evidente y raya en el presente, se sabe del matrimonio de Consuelo con Miguel, amigo de infancia de Juan, cuya cara Juan no recuerda, porque claro, ya es parte de su pasado.
Y ahí, mijito lindo, lo sabes, lo tienes claro.
Ella siempre va a estar acá, en las mañanas, en las noches y en las canciones que alguna vez escuches, ya sea solo o acompañado, a modo de insurrección o a modo de aniquilador de noches frías, con cara de Elena, de tele abierta o de pan con chancho.