domingo, 16 de noviembre de 2008

4


Yo no le temo a esto que me pasa, no temo a entregarme a sentir dolor. Me repugnan las historias marchitas sin siquiera abrirse, tan cursis. Me molesta comerme las ganas de llenarme de besos por el miedo del que todos hablan y por el que todos estiran la trompita, cuando la verdad es que el dolor se mantiene intacto aún cuando se tenga al lado a un hombre o a un gusano.
Aún cuando haya una mina en tu cocina a las 9 de la mañana preparándote el desayuno, o un hombre mandándote cartas mamonas los días de fiesta.
No estoy hablando de la minucia del amor, estoy hablando de lo precario de la excusa del dolor. Si al final lo que nos duele, es lo que se nos ocurra somatizar de aterrador en cualquier día irrelevante y falto de grandes motivos.
¿Para qué el discurso del miedo, flaco?-¿A qué le tienes miedo, a ver?
¿A morir o a ser olvidado?
¿A follarte a esa mina o a perderla?
Sí, ya sé flaco.
A que te rechacen
A hacer el ridículo
A fracasar y a perder.
¡Por favor! No se trata de andar deshabitando lugares para ir a echarse a morir.
Se trata del deleite que me produce haberme dado cuenta, hace varios años atrás, que no se puede seguir engañando a la gente de que las cosas –no se bajo cuál paradigma de amor- terminan pudriéndose, perdiéndose o haciéndose yayitas.
Ahora bien:
-Si te caes escalera abajo, entonces el delirio es posible
-Si se le rompe la bolsa a una mujer, entonces es factible un parto.
-Si una paloma te caga la cabeza, entonces es prudente irritarse y llorar si lo estimas necesario.

Pero si un hombre a usted la deja, llegará otro a hacerle el cariñito en el cuello que tanto le gusta o vendrá a darle el besito en el muslo que la vuelve loca. Llegarán los hijos para que la despierten de golpe a las 7 de la mañana con las patitas heladas.

Mi nombre es Eva y tengo miles de años.

Y si yo hubiese podido elegir, no lo hubiese escogido a él. Pero por desgracia, ha sido la única opción que se me ha dado.

En el caso de haberlo elegido, habría botado sus peros y podría haber tenido el valor para deshacerme con otro y marchitarme hasta el pelo en las manos de un cuarto y en un quinto callar, tener el recuerdo de un placer, de una carcajada y de un llanto a moco tendido con otros muchos.
Pero yo no pude elegir, yo pude dejarme llenar por un hombre plano que dudé conocer, pero que era el único hombre. Era mi él.
El que se apodera de mi recuerdo, el que me repugna algunas mañanas mirar, el que se parece a mi padre, el que se ríe conmigo del pronóstico del tiempo mientras hace llover en mis adentros apenas se lo propone. Aquel que me derrite el paladar mientras masculla los pocos dientes que me quedan y se saborea los nulos pelos de mi lengua que se pronuncian en su saliva ácida y exquisita.

No me quedó otra más que él.
Entonces, el amor se trasviste en un juego del que satisfecha no puedo.
De él son las verdades, de él me nace el verso presuntuoso.
Y no me dejó elegir, me dejó (de) doler.
Se me presentó, así como lo ves, y me dijo que sería contraproducente resistirme, que no había porqué.

Estoy segura que se lo dice a todas el muy conchadesumadre.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

3


Aprendí a escribir a los 4 años.
La gente estaba extasiada, mi familia chillaba como loca, y me llevaron a Sábado Gigante para que transcribiera un poema de Becker, mientras Don Francis hablaba de Nescafé.

Me llamaron genio. En esa época no se usaba esa lesera de decir ellas y ellos, buenos y buenas, señores y señoras, niñas y niños, padres y madres. Yo era genio.

Pero a mi no me gustaba mi letra, la encontraba gorda, medio sucia, lenta y carente de personalidad. Era una letra plana, prácticamente ilegible, pero la gracia eran los 4 años.

Cuando cumplí 12, mi mamá me regaló una bicicleta, y cuando me caí, apenas pasadas las dos pedaleadas, me miró con una cara de preocupación que no voy a olvidar nunca.
Todos supieron que lo de genio, era para niñitos hombres. Mi hermano Diego había aprendido a andar en bicicleta, esa misma tarde, a los 3.

Ambos llevamos, en la actualidad, 5 años en un centro de rehabilitacion
Yo, por haberme hecho adicta a la pasta del lapiz bic.
Él, por no saber que cuerno se podía hacer con las ganas de tirarse a cada bicicleta que pasaba con un cabro chico arriba.

Ahora bien, también es cierto que el día que decidimos ser seres vivos tuvimos que asumir que cuando uno se rompe la piel, entonces sangra. Así mismo como cuando uno se muerde los labios, o la lengua. Ya sea responsabilidad propia o ajena.
Es eso o ser piedra, no hay donde perderse.