lunes, 20 de octubre de 2008

2


Tu cara estaba restringida porque mirabas hacia abajo. Abajo ya no puedo mirarte, es demasiado frágil, demasiado poca cosa. Aún así, tenía un secreto deseo de escucharte, de hacer caso omiso al hecho de no conocer ni tu nombre. Callo, escucho, muevo la cabeza y me arrodillo. Miento, eso no lo haría nunca. Lo hago para darle dramatismo, para que usted dijera ¡diablos! Creo que me es imposible inferir de quién habla.
No sé, a veces hablo de más. De las ganas de saber de mí, a veces de mis hermanos, de la modorra que me da levantarme, de los aniversarios, de mi amiga que llora sensible las penas de su madre o del olor a vainilla cuando hacen queque en mi casa.
Él estaba ahí parado, con el cuerpo frío después de su clase de aeróbica, muerto de miedo frente a una malla color verde limón que se meneaba camino al baño. Ella siempre bostezaba cuando él la miraba, a él no dejaba de parecerle encantador.
Sin embargo, en la perfección de una relación anónima, a él se le ocurrió arriesgarlo todo por un cigarro prescindible.
Por una voz de pito que nacía desde una boca roja, desde una cara que me parece tan buena, tan perfectamente construida. Me gustaría pagar sus acciones y pretender que, de algún modo, en la perversión creadora del lenguaje, es posible llevarlo conmigo y atravesar el desierto, comer en una mesa y observar su cara mientras muerde un pan, mientras roe un pedazo de carne o mientras deshace una jalea empujando su lengua contra el paladar. Resistir, menguar la mañana. Salir a caminar en pijama por alguna avenida deshabitada. Hacer referencia a alguna infancia bien constituida.
Aún en malla, en red de terciopelo, saber con mucha gracia el esquema en tres tiempos, dar un fabuloso examen, irse a dictar clases a Francia, y en una de esas, adquirir allá mismo el sabor latino. Siempre me han llamado la atención las rutas de vigilancia, inocentes caminos tan llenos de hombres rabiosos, que espero que algún día se conviertan en fanáticos del gospel y, porqué no, del canto gregoriano.
¡Uy! no descarto que la mujer quisiera hacer lluvia del ojo, del lago, del lado y del sur.
Sigo sobre su cabeza, la misma que gacha, no es capaz de girarse y ver el cielo, pero que diestramente come del suelo y enloda las palabras con amenas experiencias de vida que a casi nadie le importa.
Eres un cerdo.
Una muchachita maravillosa.
Un hombre con hocico de puerco. Te alegras de llevar en tu mano miles de chinos con pistola, uno de esos juguetes que resultan absurdos, aún hundidos en un mar de estupidez, proyectos de niño problema que tu papá, en su ignorancia, no supo ver.
Entonces: no me queda más que un adiós precario, benevolente por lo burdo que, insistente en un último ¡buenos días!, me declare vivo una vez más en el desayuno.
Mas no le temo a la muerte. Él le teme a la muerte.
Ella no le teme a morir, no le teme a los placeres del mundo, no le teme al pastel del choclo ni a los relámpagos. Eso sí, le teme a la tapa fría del water, a las peleas que se tuercen en un bar y le teme, sin dudarlo, a los gitanos.
Algunas tardes, le teme a sospechar que estamos demasiado acostumbrados a esta peligrosa forma de vida.
Pero son las menos.

lunes, 13 de octubre de 2008

1


Se está acabando mi cigarro. Sospecho que no me quedan más en la cajetilla, así que decido tomármelo con calma. El día no está para salir a dar una vuelta y en las farmacias aún no venden cigarros. Así que tendría que caminar demasiado lejos como para tomar las llaves y partir.

En lo alto de mi reflexión, me encuentro con tus manos que me invitan a pasar un rato en nuestra cama. Harto de mirarlas, me fijo que las tienes secas -tan secas- como sonaron tus palabras el día que me dijiste que el güea del Pablo era mejor que yo.

No sé a qué culpar, mientras subimos las escaleras y te saco la blusa, si a tus dientes amarillos o al mal hábito que tienes de hablar mientras comes sólo para insistirme lo bien que me veo, con la esperanza ridícula de que te diga que tú también.

No se para que lo haces, si sabes que eres absurdamente bella. Aunque es cierto, que de un tiempo a esta parte, decididamente aburrida y predecible. Repleta de abusadores masajes capilares y cremas contra la celulitis, reglas para comer al desayuno y técnicas para hacer la cama en tiempo récord.

Me tocas el cuello, me besas despacio con tu lengua y cantas desafinado, en mi oído, la misma canción de hace cinco años. Yo me río por cumplir.

Ya son las nueve, sé que a esta hora te tomas la pastilla. Pero pienso, tres minutos más y estamos.

Te miro y de inmediato una referencia al abuso de poder, a los años compartidos, al Big Bang aparte que me provoca tocarte.
Me detengo en tu tórax, no dejo de pensar en lo repugnante de tu hálito de día domingo.
Y aprovecho de rezar, de hacer más productivo mi amor por ti.

Cuando caigo en cuenta que
Se acabó.

Voy a tener que salir a comprar más cigarros y es a ti a quién voy a tener que rogar que me acompañes, haciéndote ascender al cargo de indispensable.

Aunque sé que convencerte está en ofrecer que de cena, yo cocino chocolate.