domingo, 23 de mayo de 2010

lo que aprendí hoy













"En las peleas callejeras hay dos tipos de golpeadores. Está el que pega, ve sangre, se asusta y recula. Y está el que pega, ve sangre y va por todo, a matar. Muy bien muchachos: vengo de afuera y les juro que hay olor a sangre"

lunes, 3 de mayo de 2010

a.

Estaban acostados encima del sillón. No habían alcanzado a llegar a la pieza, estaban demasiado cansados.
Gabriel se había dejado bigote esa semana y se veía ridículo, no tenía pelo suficiente y parecía que una mañana cualquiera le había cortado un par de pelos a su gato y con una pincelada de cola fría, los había obligado a acampar ahí.
Rocío no le había dicho nada, porque no le daba más de una semana.
Había pensado lo mismo de la permanencia de Gabriel en su puesto de trabajo, cuando lo vio llegar de bufandita a la oficina a principios de Septiembre.
No se dirigieron la palabra los primeros meses, no fue necesario, Gabriel trabajaba en la planta y Rocío se dedicaba a regar las plantas y servir café.
-¿Me sujetas las carpetas?- le dijo Rocío una vez.-No me gusta tu chaqueta-.
Gabriel regaló la chaqueta, después de guardarla en la ropa de invierno por más de 2 años.

b.
La cantidad de tiempo que pasa entre un prejuicio y el vértigo de pegar las cabezas con fuerza, es bien relativa. Quién te dice que pasan 2 buenas canciones y un gusto común y se encontraron. Y es que no, a algunos les parece bien arrimarse solitos a un trozo de pan y a un libro sin contratapa atractiva.
Gabriel una vez se atrevió, eso si, a fingir que se sentía llamado. Se desvaneció en una tarde de trabajo y sintió como se quebraban 3 filas de platos producto de su falta de juicio. Y se sintió poderoso.
Poderoso y sumamente pobre, así que no lo volvió a hacer.
Rocío le decía a sus amigas, mientras fumaban en el patio, que ya decía ella que a ese tipo lo encontraba medio raro, que posiblemente le habían pegado cuando chico, porque no era normal saltar así cada vez que se paseaba el jefe cuando iba a comprar café.

c.
Se dieron un par de semanas para proyectar su odio mutuo, quizás otras muchas para ignorarse, pero lo plano del devenir sin odios o sin pasión, es algo asimétrico, sin medida.
Se deben haber lavado las manos durante un tiempo, se adelantaron.
Rocío siempre revisaba los bolsillos antes de lavar sus pantalones, creía que alguien se podría haber olvidado algo importante en su calorcito de cotelé, un par de veces llamó al número que sale impreso en las boletas, pero inmediatamente cortó.
Gabriel sabía que Rocío lo suplantaría algún día; así que alguien rellenaría los vasos de vino de sus amigos, llamaría a su mamá una vez por semana, asistiría a las reuniones del partido y jugaría de arquero en la liga de los domingos.
Nunca predijo que el sofá los alentaría a dormirse antes de la cuenta y el olor incómodo se impregnaría en la boca de la nariz. Nunca se sintió el galope obtuso de los tropezones que no paraban de correr, y el aire, y el azul que hipnotiza, la canilla helada, la canción final que lo dramatiza todo.
-Son las 9- le dijo Rocío sin abrir sus ojos
-Ya me callo- le dijo Gabriel- guárdate palabra, estoy por curarme-.