sábado, 24 de enero de 2009
viernes, 23 de enero de 2009
viernes
Es la gota de silencio que habita en cualquier conversación.
Es, a veces, la primera del vaso, casi imperceptible.
Otras, la que termina por colmarlo todo, la que rebalsa, la que desborda.
Era de noche ya, estábamos comiendo, fue entonces cuando nos quedamos todos quietos. Era demasiado agotador sostener una conversación así en silencio, aún sabiendo que nos quedaba tanto por decir.
De pronto, una solución encomiable: tomamos aire y dejamos naufragar a los gritos en el living-comedor. Mi papá pidió la sal, mi hermana y mi mamá la tomaron al mismo tiempo, todos en la mesa nos reímos.
Vimos desfilar las gotitas de tiempo por al ladito del tenedor, corrimos de plano la jugada de gol y en una de esas nos encomendamos a alguien, no me acuerdo.
No volvimos a hablar de política durante toda la noche, pero mi abuela recitó de memoria los tangos del poeta feroz
En eso se me cayó un vaso, pero no nos importó. Dicen que no hay cumpleaños si no se da vuelta una copa.
Es, a veces, la primera del vaso, casi imperceptible.
Otras, la que termina por colmarlo todo, la que rebalsa, la que desborda.
Era de noche ya, estábamos comiendo, fue entonces cuando nos quedamos todos quietos. Era demasiado agotador sostener una conversación así en silencio, aún sabiendo que nos quedaba tanto por decir.
De pronto, una solución encomiable: tomamos aire y dejamos naufragar a los gritos en el living-comedor. Mi papá pidió la sal, mi hermana y mi mamá la tomaron al mismo tiempo, todos en la mesa nos reímos.
Vimos desfilar las gotitas de tiempo por al ladito del tenedor, corrimos de plano la jugada de gol y en una de esas nos encomendamos a alguien, no me acuerdo.
No volvimos a hablar de política durante toda la noche, pero mi abuela recitó de memoria los tangos del poeta feroz
En eso se me cayó un vaso, pero no nos importó. Dicen que no hay cumpleaños si no se da vuelta una copa.
jueves, 22 de enero de 2009
jueves
Me gustaría pedirte perdón de algún modo, mirarte a los ojos y explicarte porqué. En cada conversación insulsa que he tenido durante estos años, mis ojos se vuelan y llegan a mirar si acaso puedes dormir ya.
El otro día me fui corriendo detrás de un perro, no decidí nada, sólo lo seguí. Llegué a un vertedero, y fuera del sebo y del profundo olor a cuerpo, no te hallé a ti. Supongo que no está en nuestro destino encontrarnos. Porque si bien ya me han dicho muchas veces que no es más que una tecla que se toca y ya está, a veces me siento como un instrumento de cuerda. Aunque me toco, me reviso y me fumo, no me logro alcanzar.
Ese día estaba con la espalda pegada al parlante, de a poco empecé a sentir que los bajos de la canción me hacían cosquillas en las costillas, pero no en toda la espalda. Intuyo que a veces me logro liberar de los murmullos que hablan de ti, entonces, creo que de a poco puedo caminar y sentir que una pequeña vuelta de viento no me va a sorprender como lo solía hacer. Pero pasa, y tengo que estar preparada. Con eso no quiero decir que existe algún modo de estarlo, me refiero solamente a la mera capacidad de seguir la vida sin ternuras ajenas.
Porque no hay nada más incómodo que los ojos de otro puestos en una, instruyéndose de un secreto que no se sabía que era secreto.
Ese día me acordé de la vez que partí bien temprano a hacer unos trámites al centro y me encamé con cuanto puñado de sensaciones viví. Entonces lo que resumo no es el beso de un hombre, o las injusticias de un mundo, es todo lo que podría resumir cuando siento la extrema necesidad de cruzar el borde y recapitular sin necesidad de decirlo con nombres y apellidos, sino atendiendo a la mezcolanza de palpitaciones que ya son una repartición de recuerdos que dan calor mirar.
El otro día me fui corriendo detrás de un perro, no decidí nada, sólo lo seguí. Llegué a un vertedero, y fuera del sebo y del profundo olor a cuerpo, no te hallé a ti. Supongo que no está en nuestro destino encontrarnos. Porque si bien ya me han dicho muchas veces que no es más que una tecla que se toca y ya está, a veces me siento como un instrumento de cuerda. Aunque me toco, me reviso y me fumo, no me logro alcanzar.
Ese día estaba con la espalda pegada al parlante, de a poco empecé a sentir que los bajos de la canción me hacían cosquillas en las costillas, pero no en toda la espalda. Intuyo que a veces me logro liberar de los murmullos que hablan de ti, entonces, creo que de a poco puedo caminar y sentir que una pequeña vuelta de viento no me va a sorprender como lo solía hacer. Pero pasa, y tengo que estar preparada. Con eso no quiero decir que existe algún modo de estarlo, me refiero solamente a la mera capacidad de seguir la vida sin ternuras ajenas.
Porque no hay nada más incómodo que los ojos de otro puestos en una, instruyéndose de un secreto que no se sabía que era secreto.
Ese día me acordé de la vez que partí bien temprano a hacer unos trámites al centro y me encamé con cuanto puñado de sensaciones viví. Entonces lo que resumo no es el beso de un hombre, o las injusticias de un mundo, es todo lo que podría resumir cuando siento la extrema necesidad de cruzar el borde y recapitular sin necesidad de decirlo con nombres y apellidos, sino atendiendo a la mezcolanza de palpitaciones que ya son una repartición de recuerdos que dan calor mirar.
miércoles, 21 de enero de 2009
¡miercoles!
-Me dice que las piernas le duelen entonces-
Eh, sí claro, las piernas me duelen. Pero también me duele mirarlas y me duele contenerlas con mis caderas. Mis caderas a su vez no se podrían sostener sin mi estómago, que aún todo revuelto, se conecta con mi tórax. Otra desgracia.
Esa sí que es desgracia. Mi tórax y mi cuello.
Mi cabeza estimado, es un desastre.
Me duele, me duele, me duele.
-Entonces le duele todo el cuerpo-
Sí, pero no es un todo banal. Yo siento un dolor en el cuerpo y en cada parte. No es por menospreciar su diagnóstico de “malestar general”, pero lo que sinceramente siento, son profundos dolores que podría definir, sin chistar, uno a uno.
-Entonces dígame, que es lo que siente, cómo es que le duele.
Me duele doliendo, que quiere que le diga.
-Bueno, si le arde, si le dan retorcijones, si siente un tirón, si siente mareos, si presenta vómitos, si su orina tiene color verde pajarito, si suda más de la cuenta, si se le revientan los pulgares. En fin, dígame usted, que es lo que siente-
Siento como si me hubiesen descosido hace muchos años el coxis, si me hubiesen denigrado la cabeza y la hubiesen atravesado con mi pubis.
De plano, siento como si las raíces de mi pelo se enredaran desde mis intestinos y me tiraran a morder mis músculos y mi amor propio. Cómo le dijera, estoy enfrascado en un olor a pegamento que hace juego con mi ardor de ojos, con mi mala reputación de colón. Tengo todo lo que perder en las rodillas, el corazón lo tengo inactivo, un poco muerto, se me llena de una amalgama dura la garganta y me reintegro sólo en el ombligo. Pero creo que eso dura unas cuantas horas.
-Perdóneme que lo interrumpa, pero usted está mintiendo señor. Usted no siente nada-
Eso doctor, ese es mi problema.
Eh, sí claro, las piernas me duelen. Pero también me duele mirarlas y me duele contenerlas con mis caderas. Mis caderas a su vez no se podrían sostener sin mi estómago, que aún todo revuelto, se conecta con mi tórax. Otra desgracia.
Esa sí que es desgracia. Mi tórax y mi cuello.
Mi cabeza estimado, es un desastre.
Me duele, me duele, me duele.
-Entonces le duele todo el cuerpo-
Sí, pero no es un todo banal. Yo siento un dolor en el cuerpo y en cada parte. No es por menospreciar su diagnóstico de “malestar general”, pero lo que sinceramente siento, son profundos dolores que podría definir, sin chistar, uno a uno.
-Entonces dígame, que es lo que siente, cómo es que le duele.
Me duele doliendo, que quiere que le diga.
-Bueno, si le arde, si le dan retorcijones, si siente un tirón, si siente mareos, si presenta vómitos, si su orina tiene color verde pajarito, si suda más de la cuenta, si se le revientan los pulgares. En fin, dígame usted, que es lo que siente-
Siento como si me hubiesen descosido hace muchos años el coxis, si me hubiesen denigrado la cabeza y la hubiesen atravesado con mi pubis.
De plano, siento como si las raíces de mi pelo se enredaran desde mis intestinos y me tiraran a morder mis músculos y mi amor propio. Cómo le dijera, estoy enfrascado en un olor a pegamento que hace juego con mi ardor de ojos, con mi mala reputación de colón. Tengo todo lo que perder en las rodillas, el corazón lo tengo inactivo, un poco muerto, se me llena de una amalgama dura la garganta y me reintegro sólo en el ombligo. Pero creo que eso dura unas cuantas horas.
-Perdóneme que lo interrumpa, pero usted está mintiendo señor. Usted no siente nada-
Eso doctor, ese es mi problema.
martes, 20 de enero de 2009
martes
Esto es sin tiempo. Sin ningún tipo de redacción, menos de respeto. Pero a veces las cosas hay que decirlas sin matices, sin contrapuntos, sin necesidad de trascendencia.
A veces uno vomita, a veces se apunta justo lo contrario. Y uno se arrepiente, y uno amanece con caña.
Sin embargo el mundo sigue girando, aunque yo no crea que el mundo gire eternamente. Porque en una de esas el mundo da un salto y uno tiene que estar preparado para darlo.
Son tantas inmundicias, tanta vehemencia.
Pero uno mismo aún en el descontento debería pedir perdón, debería dar las gracias.
La vida se puede murmurar, se puede amordazar, se puede arrodillar, puede estallar en risa. Puede hablarse a voz alta, con señas, con humo.
Pero la vida se da más fácil cuando uno lo tiene todo, la justificación se hace necesaria. Dos más dos es cuatro, y el mundo se le abre al que lo sabe. El otro es número, el otro es cuenta. Es beneficiencia, o índices de cesantía.
Me duele la espalda y no tengo tiempo.
La buena onda trampa del destino, los juegos, los para siempre, las buenas mozas.
Me pasan a buscar, podría ser todo lo que estoy esperando. Entonces dejaría de ser una feminista progresista y de verdad me conformaría con ser dueña de casa.
A veces uno vomita, a veces se apunta justo lo contrario. Y uno se arrepiente, y uno amanece con caña.
Sin embargo el mundo sigue girando, aunque yo no crea que el mundo gire eternamente. Porque en una de esas el mundo da un salto y uno tiene que estar preparado para darlo.
Son tantas inmundicias, tanta vehemencia.
Pero uno mismo aún en el descontento debería pedir perdón, debería dar las gracias.
La vida se puede murmurar, se puede amordazar, se puede arrodillar, puede estallar en risa. Puede hablarse a voz alta, con señas, con humo.
Pero la vida se da más fácil cuando uno lo tiene todo, la justificación se hace necesaria. Dos más dos es cuatro, y el mundo se le abre al que lo sabe. El otro es número, el otro es cuenta. Es beneficiencia, o índices de cesantía.
Me duele la espalda y no tengo tiempo.
La buena onda trampa del destino, los juegos, los para siempre, las buenas mozas.
Me pasan a buscar, podría ser todo lo que estoy esperando. Entonces dejaría de ser una feminista progresista y de verdad me conformaría con ser dueña de casa.
lunes, 19 de enero de 2009
Lunes
Yo no sé muy bien mi querida, si todo esto podría de algún modo traducirse en algo concreto. Quizás, quedarme aferrada a lo otro es más sano.
No sé.
No sé.
A lo mejor es fácil llegar y chantarle todo el rollo, como quién se saca un parche curita.
Pero hoy tengo ganas de dormir. Me desperté con sueño y no he repuntando en todo el día.
En una de esas se lo digo mañana, me fijo en un punto y lo hago.
domingo, 18 de enero de 2009
domingo
Voy a cambiar la cama de lugar. Voy a bajar ese estante de allá arriba y lo voy a poner en el suelo. Voy a eliminar todo regalito ornamental que me haga dudar el gusto. Ya no voy a tener velitas perfumadas, ni voy a soportar un reloj con forma de osito nunca más. Los angelitos con poto parado podrían quedarse. Tu espalda sudorosa la voy a correr de encima apenas termines de jadear y empieces a respirar como la gente. Y ese espejo.
Ese espejo no lo había visto.
Ese espejo no lo había visto.
Úfale, se me perdieron los ojos. Aunque signifiqué tantas limosnas, se me perdieron. Mi padre nunca me quiso y me encanta como la piel cambia de color con las sombras.
Tengo que sacar ese espejo de mi pieza. Hace que me vea chata y que se vean más gordos mis tobillos, hace que me huela creyendo que apenas el olor aún subsiste en mi, y que nada más que mi olor ha perdurado después de tantos años.
Ni mi orgullo, ni mis proyectos, ni las rifas de beneficencia que organicé. Únicamente el olor se puede ver intacto en el espejo después de tantos años.
Puta que estoy vieja.
Tengo que sacar ese espejo de mi pieza. Hace que me vea chata y que se vean más gordos mis tobillos, hace que me huela creyendo que apenas el olor aún subsiste en mi, y que nada más que mi olor ha perdurado después de tantos años.
Ni mi orgullo, ni mis proyectos, ni las rifas de beneficencia que organicé. Únicamente el olor se puede ver intacto en el espejo después de tantos años.
Puta que estoy vieja.
Vieja y medio gagá.
Un espejo que ni había visto, no me deja hablar más que una sarta de estupideces
sábado, 17 de enero de 2009
Sábado
He estado pensando en tomar tus manos y ponerlas sobre mis cachetes. Una por cada lado. Reírme de sorpresa y hacerme con eso un sándwich de cachetes.
Llevo tres años soñando con tus manitos.
O manos
O manotas
Esas son discusiones de hombre.
Y yo no soy un hombre.
Soy una abejita.
Son treinta años queriendo que me recorras con tus manos.
Manos.
Manitos.
Manotas.
Tres o treinta.
La eternidad es lo que vale la pena empezar a contar
Tres años son treinta y tantos años para un perro, una verdadera eternidad.
Para un perro.
Tú podrías entender entonces que tres años es tiempo más que suficiente para andar viendo tu reflejo en las ventanas.
Porque apareces y desapareces.
Te hago aparecer y te diluyes
En cualquier violento invierno te reflejas en las paredes de mi pieza, y yo las pinto de verde palta.
Y después de tantos años te diviso en una plaza.
Estás viejo, como demacrado.
Sólo la avalancha de años me hace estar segura de que tanta piel colgando en algún punto te aguanta. Y me regalo el placer de ver como seguimos vivos, cómo te ha hecho de mal la vida y me pregunto si acaso en ese borde de piel muerto queda espacio para un placer chiquitito, chico, chicotote.
Son treinta años, son miles.
Son las gotas de nuestro pasado agitándose como caballo de bandido, y te suplico.
Te reconozco.
Si esto hubiese sido hace un par de meses, te hubiese visto tan cambiado. Quizás ni te hubiese reconocido.
Pero han pasado ya los años.
Los que sean.
Y sigues siendo el borracho de siempre. El más grande de los boxeadores. El reloj sin cuerda. Mi buen amigo y mi mal hablado personaje.
Eres lo que habría querido de regalo de navidad, lo que hubiese comprado con mi primer sueldo.
Eres un juguetito de Matel.
Un juguete, un juguetote.
Y aún con toda esa piel encima, aún por sobre ese alud de grasa y polvo, aún más allá del accidente de cara que traes puesto, me sigo imaginado tus manos en mis cachetes.
Tus manos,
tus manotas,
tus manitos.
Llevo tres años soñando con tus manitos.
O manos
O manotas
Esas son discusiones de hombre.
Y yo no soy un hombre.
Soy una abejita.
Son treinta años queriendo que me recorras con tus manos.
Manos.
Manitos.
Manotas.
Tres o treinta.
La eternidad es lo que vale la pena empezar a contar
Tres años son treinta y tantos años para un perro, una verdadera eternidad.
Para un perro.
Tú podrías entender entonces que tres años es tiempo más que suficiente para andar viendo tu reflejo en las ventanas.
Porque apareces y desapareces.
Te hago aparecer y te diluyes
En cualquier violento invierno te reflejas en las paredes de mi pieza, y yo las pinto de verde palta.
Y después de tantos años te diviso en una plaza.
Estás viejo, como demacrado.
Sólo la avalancha de años me hace estar segura de que tanta piel colgando en algún punto te aguanta. Y me regalo el placer de ver como seguimos vivos, cómo te ha hecho de mal la vida y me pregunto si acaso en ese borde de piel muerto queda espacio para un placer chiquitito, chico, chicotote.
Son treinta años, son miles.
Son las gotas de nuestro pasado agitándose como caballo de bandido, y te suplico.
Te reconozco.
Si esto hubiese sido hace un par de meses, te hubiese visto tan cambiado. Quizás ni te hubiese reconocido.
Pero han pasado ya los años.
Los que sean.
Y sigues siendo el borracho de siempre. El más grande de los boxeadores. El reloj sin cuerda. Mi buen amigo y mi mal hablado personaje.
Eres lo que habría querido de regalo de navidad, lo que hubiese comprado con mi primer sueldo.
Eres un juguetito de Matel.
Un juguete, un juguetote.
Y aún con toda esa piel encima, aún por sobre ese alud de grasa y polvo, aún más allá del accidente de cara que traes puesto, me sigo imaginado tus manos en mis cachetes.
Tus manos,
tus manotas,
tus manitos.
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