Los reflejos maduros de una mañana nueva atraviesan la cama de Adrián, cogen un poco de su infancia y le dan refugio después de años de amores insufribles, coléricos, llenos de telarañas y carentes de amor propio.
Un reflejo se cuela por la espalda de ella y se resbala por su cola.
Adrián se siente agradecido.
Siente como el olor de su entrepierna se disuelve en una lucha en la que -al fin- se siente vencedor.
Ha marchado varias veces por la Alameda, se ha manchado de vino las camisas y ha llamado a Gloria al despertar.
Hay silencios que le reclaman demasiadas cosas -piensa Adrián-. Hay días que duelen cuando se empiezan a abrir.
Personalmente no creo en los buenos deseos, si fuera por ellos la gente mala no tendría hijos, no accedería a cargos públicos, ni podría hurgarse la nariz.
Pero desde esta esquina Adrián, me gustaría verte feliz
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