domingo, 10 de abril de 2011

ruleta rusa

Estaba sentada debajo de un puente con la lluvia en la cara, acariciándome la piel un perro, de esos con cara triste, con la piel oscura. No habíamos tardado tanto, habíamos llegado después de correr, de pensar que ya no se podía escribir desde un lugar más santo que el que nace a raíz de un llanto por uno mismo.
Pero siempre se puede despertar desde otra esquina y calentarse los pies en los pies de un otro. A veces la pulcritud es un arma enemiga, y el dolor inicial se trasviste en un dolor recíproco, en un placer tan inmensamente intenso.
Solíamos leer poemas en voz alta, jugar al piano de cola y maldecir a través de melodías hermosas, mirarse a los ojos y bendecirse mutuamente hasta que amaneciera. Me importa un rábano estar escribiendo en lengua materna para no pensar, a veces hace falta morderse para sentirse la boca viva. El pecho me dijo que el sentir era nuevo y reposado, indescriptible e inmensamente pujado, de adentro para afuera, de afuera para dentro.
Estaba debajo del puente y me puse a caminar, a correr, a subirme por las piernas de un hombre y a veces fumar cigarros para calmarme el ansia, para enamorarme sin poder más que enamorarme.
La mayoría de las veces el clamor de la exposición me hace añicos, me enmudece, me come viva, pero sin embargo yo ahí, yo estoica, yo de pie. De pie frente a un mar de buenos besos, de noches largas sin poder dormir más que en su pecho.
No es fácil andar reconociéndose en un futuro impropio y deshabitado, se sabe bien las vitaminas de un frasco por el rotulado, pero la caída duele igual aunque los huesos se sepan de vidrio.
Se quiebran, suenan, se multiplican.
No quiero decir nada que no me pertenezca, sin embargo mi ingenuidad ya no se valora, los mensajes transatlánticos se cansaron de navegar, mi muelas de hoy están alineadas, se comen entre si, me dejan fuera. Y la risa, la risa vulgar y miedosa se pega en mi nariz y no chorrea en mi voluntad de querer cambiar las cosas.
Estamos construyendo casas y sólo el tiempo dirá si serán habitables.
Una cosa que sí sé, es que después de tantos años sus ojos no me serán ajenos, los voy a reconocer en la calle y me van a decir que esta puntada en la mano no se me va a pasar nunca.
Fríeme dolor, créeme de una buena vez, nunca me dejes mentir de nuevo