jueves, 19 de marzo de 2009

Buenas tardes caballero, ¿venden pan?.

No, no vendemos pan.

Entonces, ¿qué pueden venderme?.

Nada caballero, lo que pasa es que esta es una casa de agogida para la tercera edad.

¿Y ese cuadro está a la venta?.

¿Ese? No, es una reliquia de la familia que fundó este hogar.

Ah, ya veo. Entonces tampoco me puedo llevar un abuelito.

No señor, está prohibido.

¿Aunque lo cuide, le de de comer y lo haga escribir su historia para hacernos a todos ricos?

No, señor, quizás en algunos años

Pero el abuelito estaría muerto

Es que estaba bromeando, usted también está bromeando. ¿Cierto?

Sí, cierto. Me dijo que no había pan.

No no hay pan

¿Y le queda mantequilla?

Tampoco me queda mantequilla. Es que en tiempos de guerra, usted sabe.

Sí, lo sé, es un mal necesario. Si no existieran las guerras, no tendríamos estados nacionales, por ende no sería necesario un aparataje tan costoso de recaudación de impuestos y de tecnología bélica.

Mira tú, no sabía.

Cosas que leo en el baño. Shampoo no tiene, me dijo?

No, no tengo

Ah bueno

¿Le parece bien que no tengamos shampoo? Usted es de los tipos que le importa un bledo la crisis, es de esos que se lava las manos.

Con shampoo

El con olor a almendra es rico, ¿quiere una?

¿Son sin sal?

Sí, sal ya no nos queda

sábado, 14 de marzo de 2009

porn corn

Cuando es de noche, se debe prender a lo menos una luz poderosa para poder leer. Hace dos días, sin ansiedad, te invité a tomar un café.
Estás igual que siempre. La diferencia, sin ánimo de sonar arrogante, soy yo. Tengo más años y se notan. Si antes era una mujer segura y soberbia, mimada y absolutamente caliente, ahora soy lo mismo pero quebrado en varias partes, lo que esencialmente permite que el aire me recorra desde más frentes y el desarme sea menos sorpresivo y más ambiguo, hasta relativo. Si me desmenuzo, en tiempos como los de hoy, ya no es porque me apena que no me toques, es porque me hace reventar el mundo entero con sus pendejadas. Hoy las intersecciones lejanas no me desesperan, porque ya sé lo que es morderle los labios a alguien y sé que los besos en el cuello son, hasta el momento, la caricia pre-coital que más me gusta.

Pero volvamos a lo nuestro. Hoy no existe esa ansiedad por querer que me atravieses con las manos, porque creo que tienes el suficiente miedo como para necesitar tiempo.
Te explico, yo soy una mujer paciente, no por eso indolente. Dejaré que muchos otros me toquen, me desvistan y me amen solos antes de que tú te dignes a venir, porque claro, una tiene sus necesidades. En el camino, espero hacer el menor daño posible y por lo pronto, espero poder convertirme en tu mejor amiga……y porqué no, tirarme también, si es posible, a ese amigo tuyo bien rico encima de tu escritorio.
Ayer sentí que cuando nos encontramos caminando, no pudiste pensar en otra cosa que en CONCHATUMADRE, no sé si por la impresión de verme tan bonita o porque justo detrás de mí, un niñito con carita de mamón se cayó de hocico al suelo, quizás son sólo ideas mías.
Nos sentamos a tomar café y yo ya no tenía el deseo presente perfecto de que tomaras mis caderas y las presionaras contra las tuyas, punto para mí.
Lo nuestro es una cosa de tiempo y espacio todo menos conjugados. Ambos nos señalan, cada cierto tiempo, nuestras falencias de manera más cruel que una marca de acné.
Porque nuestro estar es perenne, pero al mismo tiempo indolentemente inerte.
Tenemos por delante la imborrable intención de hacernos el amor hasta borrar los gritos propios y los olores de otros inocentes que nos quisieron amar y que nos convencieron a ratos que podían hacernos olvidar 3 estúpidas horas de noche perfectamente prescindibles, que sólo nosotros sabemos que existen.

Entonces te pido, en medio de una conversación atragantada, que me prestes un libro. Creo en ese instante un cordón umbilical indestructible que va mi ojo al tuyo, ahora con la ilusión de decorar nuestra unión para siempre. Hoy, después de que accedieras al préstamo y yo desentrañara un par de párrafos escritos, siento como si estuvieras destapándome en medio de la noche.
Siento cómo las sábanas se reacomodan ahora más abajo de mis muslos y mi respiración se acelera. Tomo las hojas de tu libro e inspiro. Abro un poco las piernas y me muerdo los labios para desatar un poco la tensión en mi garganta y leo. Sigo leyendo cómo los personajes de tu libro tienen sexo en silencio y después lo tienen cómo nosotros no lo hemos tenido nunca. Punto aparte es que tengo la certeza que alguna vez penetrándola a ella, pensaste en mí. Como yo pienso en ti ahora que leo tu libro.

Ahora en tus entrañas de papel, en tu sangre de tinta negra, me dejo contar por un narrador que no sabe ni un carajo de nosotros dos, pero que esta noche, esta puta noche me hace creer que el calor de mis piernas algún día puede enmudecerse en ti.
El papel, como vez, lo resiste todo, es indestructible, es cruel conmigo y me asiente con su cabeza arrugada como diciéndome a todo que si. Y yo no me niego, sólo escribo.
Escribo incluso que me amas y que mi orgullo está tranquilo sin mi. El papel lo aguanta todo y no pregunta, es el único que me deja declamar mi amor sin sonar a tango viejo y desesperado, es el único que no besa a otra pensando en mí.

Una vez escrito el te amo, ya no hay vuelta atrás. No sé si me explico

jueves, 26 de febrero de 2009

Iquique


Es imposible prescindir de un pasado.
Cuando uno llega al borde de una pelea, ahí surgen todos los pasados. En ese instante chiquitito, cualquier verso de la madre pegándole al niño, diciéndole al niño que se porte bien o besando con ternura al niño, aparece en el papel sin importar cuál de todos se vivió. Lo relevante, en este caso, es que uno llega con su pasado y no hay nada que hacer.
El pasado se presenta a modo de reacción, a modo de rechazo, a modo de buenos días, me llamo Paula , en qué puedo servirle.
No sé con certeza en que momento Juan se percató de todo esto, pero era imposible predecir que el paso de Consuelo en su vida iba a cambiarlo todo, iba a hacer que la casa que compraría con Natalia nunca llegara a casa.

Su olor estaba en los algodones de azúcar, en los piscos sour, estaba en sus manos cuando lavaba la loza. A veces imperceptible, a veces necesario, a veces nauseabundo. Era un olor a cama, a huerto, a mañana, tarde y noche.
Cuando veía las noticias, escuchaba el silencio de Natalia y la rabia de Consuelo que criticaba cada espectáculo precario del diario vivir.
Era un sentimiento extraño, las noticias siempre le daban la razón, el porqué había terminado con Consuelo. Pero a la media hora, cuando empezaba el fútbol, siempre le dolía tener el cuerpo de Natalia al lado.

Había que sacar la tele de la pieza, pensó Juan.

Entonces el pasado viola con buen gusto al presente y le dice a Juan que la verdad es que estuvo enamorado sólo en el momento en que Consuelo lo hizo ver cataratas de hielo con fruta en un paradero, ni antes ni después de que ella le explicó que el calentamiento global no era un chiste, aunque los países primer mundistas lo crean, ni antes ni después del beso que la calló se sintió enamorado.

Desde ese momento, inconciente en su ingenuidad, Juan ha tratado de recrear en cada mujer que la sucedió, la manera en que gentilmente le había mordido la comisura de los labios y no ha dejado de buscar la violenta forma en que ella le desfiguró su gusto de boca melón con vino, en una evidente debilidad por el sabor a la leche condensada.

Todos traemos un pasado de maleta, un pasado que relincha momentos sumamente vergonzosos.
El pasado crea eyaculadores precoces, mujeres con tendencia a juanete, asesinos en serie, candidatos presidenciales y abultadas cuentas de luz.
Y el pasado se queda ahí, en algún muslo, en algún dolor reumático, en alguna propensión al suicidio; esperando una reacción inesperada, una respiración que acorte un incómodo momento y que traiga a la vida, de un suspiro, a una sensación que se desdibuja cada día con mayor precisión, manifestándose en los ojos de Natalia como un profundo error, como una insuficiencia, como una infinito olor a siglos perdidos.

Entonces cuando el pasado es evidente y raya en el presente, se sabe del matrimonio de Consuelo con Miguel, amigo de infancia de Juan, cuya cara Juan no recuerda, porque claro, ya es parte de su pasado.
Y ahí, mijito lindo, lo sabes, lo tienes claro.
Ella siempre va a estar acá, en las mañanas, en las noches y en las canciones que alguna vez escuches, ya sea solo o acompañado, a modo de insurrección o a modo de aniquilador de noches frías, con cara de Elena, de tele abierta o de pan con chancho.

viernes, 23 de enero de 2009

viernes

Es la gota de silencio que habita en cualquier conversación.
Es, a veces, la primera del vaso, casi imperceptible.
Otras, la que termina por colmarlo todo, la que rebalsa, la que desborda.
Era de noche ya, estábamos comiendo, fue entonces cuando nos quedamos todos quietos. Era demasiado agotador sostener una conversación así en silencio, aún sabiendo que nos quedaba tanto por decir.
De pronto, una solución encomiable: tomamos aire y dejamos naufragar a los gritos en el living-comedor. Mi papá pidió la sal, mi hermana y mi mamá la tomaron al mismo tiempo, todos en la mesa nos reímos.
Vimos desfilar las gotitas de tiempo por al ladito del tenedor, corrimos de plano la jugada de gol y en una de esas nos encomendamos a alguien, no me acuerdo.
No volvimos a hablar de política durante toda la noche, pero mi abuela recitó de memoria los tangos del poeta feroz
En eso se me cayó un vaso, pero no nos importó. Dicen que no hay cumpleaños si no se da vuelta una copa.

jueves, 22 de enero de 2009

jueves

Me gustaría pedirte perdón de algún modo, mirarte a los ojos y explicarte porqué. En cada conversación insulsa que he tenido durante estos años, mis ojos se vuelan y llegan a mirar si acaso puedes dormir ya.
El otro día me fui corriendo detrás de un perro, no decidí nada, sólo lo seguí. Llegué a un vertedero, y fuera del sebo y del profundo olor a cuerpo, no te hallé a ti. Supongo que no está en nuestro destino encontrarnos. Porque si bien ya me han dicho muchas veces que no es más que una tecla que se toca y ya está, a veces me siento como un instrumento de cuerda. Aunque me toco, me reviso y me fumo, no me logro alcanzar.
Ese día estaba con la espalda pegada al parlante, de a poco empecé a sentir que los bajos de la canción me hacían cosquillas en las costillas, pero no en toda la espalda. Intuyo que a veces me logro liberar de los murmullos que hablan de ti, entonces, creo que de a poco puedo caminar y sentir que una pequeña vuelta de viento no me va a sorprender como lo solía hacer. Pero pasa, y tengo que estar preparada. Con eso no quiero decir que existe algún modo de estarlo, me refiero solamente a la mera capacidad de seguir la vida sin ternuras ajenas.
Porque no hay nada más incómodo que los ojos de otro puestos en una, instruyéndose de un secreto que no se sabía que era secreto.
Ese día me acordé de la vez que partí bien temprano a hacer unos trámites al centro y me encamé con cuanto puñado de sensaciones viví. Entonces lo que resumo no es el beso de un hombre, o las injusticias de un mundo, es todo lo que podría resumir cuando siento la extrema necesidad de cruzar el borde y recapitular sin necesidad de decirlo con nombres y apellidos, sino atendiendo a la mezcolanza de palpitaciones que ya son una repartición de recuerdos que dan calor mirar.

miércoles, 21 de enero de 2009

¡miercoles!

-Me dice que las piernas le duelen entonces-
Eh, sí claro, las piernas me duelen. Pero también me duele mirarlas y me duele contenerlas con mis caderas. Mis caderas a su vez no se podrían sostener sin mi estómago, que aún todo revuelto, se conecta con mi tórax. Otra desgracia.
Esa sí que es desgracia. Mi tórax y mi cuello.
Mi cabeza estimado, es un desastre.
Me duele, me duele, me duele.
-Entonces le duele todo el cuerpo-
Sí, pero no es un todo banal. Yo siento un dolor en el cuerpo y en cada parte. No es por menospreciar su diagnóstico de “malestar general”, pero lo que sinceramente siento, son profundos dolores que podría definir, sin chistar, uno a uno.
-Entonces dígame, que es lo que siente, cómo es que le duele.
Me duele doliendo, que quiere que le diga.
-Bueno, si le arde, si le dan retorcijones, si siente un tirón, si siente mareos, si presenta vómitos, si su orina tiene color verde pajarito, si suda más de la cuenta, si se le revientan los pulgares. En fin, dígame usted, que es lo que siente-
Siento como si me hubiesen descosido hace muchos años el coxis, si me hubiesen denigrado la cabeza y la hubiesen atravesado con mi pubis.
De plano, siento como si las raíces de mi pelo se enredaran desde mis intestinos y me tiraran a morder mis músculos y mi amor propio. Cómo le dijera, estoy enfrascado en un olor a pegamento que hace juego con mi ardor de ojos, con mi mala reputación de colón. Tengo todo lo que perder en las rodillas, el corazón lo tengo inactivo, un poco muerto, se me llena de una amalgama dura la garganta y me reintegro sólo en el ombligo. Pero creo que eso dura unas cuantas horas.
-Perdóneme que lo interrumpa, pero usted está mintiendo señor. Usted no siente nada-
Eso doctor, ese es mi problema.

martes, 20 de enero de 2009

martes

Esto es sin tiempo. Sin ningún tipo de redacción, menos de respeto. Pero a veces las cosas hay que decirlas sin matices, sin contrapuntos, sin necesidad de trascendencia.
A veces uno vomita, a veces se apunta justo lo contrario. Y uno se arrepiente, y uno amanece con caña.
Sin embargo el mundo sigue girando, aunque yo no crea que el mundo gire eternamente. Porque en una de esas el mundo da un salto y uno tiene que estar preparado para darlo.
Son tantas inmundicias, tanta vehemencia.
Pero uno mismo aún en el descontento debería pedir perdón, debería dar las gracias.
La vida se puede murmurar, se puede amordazar, se puede arrodillar, puede estallar en risa. Puede hablarse a voz alta, con señas, con humo.
Pero la vida se da más fácil cuando uno lo tiene todo, la justificación se hace necesaria. Dos más dos es cuatro, y el mundo se le abre al que lo sabe. El otro es número, el otro es cuenta. Es beneficiencia, o índices de cesantía.
Me duele la espalda y no tengo tiempo.
La buena onda trampa del destino, los juegos, los para siempre, las buenas mozas.
Me pasan a buscar, podría ser todo lo que estoy esperando. Entonces dejaría de ser una feminista progresista y de verdad me conformaría con ser dueña de casa.

lunes, 19 de enero de 2009

Lunes


Yo no sé muy bien mi querida, si todo esto podría de algún modo traducirse en algo concreto. Quizás, quedarme aferrada a lo otro es más sano.
No sé.
A lo mejor es fácil llegar y chantarle todo el rollo, como quién se saca un parche curita.
Pero hoy tengo ganas de dormir. Me desperté con sueño y no he repuntando en todo el día.
En una de esas se lo digo mañana, me fijo en un punto y lo hago.

domingo, 18 de enero de 2009

domingo


Voy a cambiar la cama de lugar. Voy a bajar ese estante de allá arriba y lo voy a poner en el suelo. Voy a eliminar todo regalito ornamental que me haga dudar el gusto. Ya no voy a tener velitas perfumadas, ni voy a soportar un reloj con forma de osito nunca más. Los angelitos con poto parado podrían quedarse. Tu espalda sudorosa la voy a correr de encima apenas termines de jadear y empieces a respirar como la gente. Y ese espejo.
Ese espejo no lo había visto.


Úfale, se me perdieron los ojos. Aunque signifiqué tantas limosnas, se me perdieron. Mi padre nunca me quiso y me encanta como la piel cambia de color con las sombras.
Tengo que sacar ese espejo de mi pieza. Hace que me vea chata y que se vean más gordos mis tobillos, hace que me huela creyendo que apenas el olor aún subsiste en mi, y que nada más que mi olor ha perdurado después de tantos años.
Ni mi orgullo, ni mis proyectos, ni las rifas de beneficencia que organicé. Únicamente el olor se puede ver intacto en el espejo después de tantos años.

Puta que estoy vieja.

Vieja y medio gagá.

Un espejo que ni había visto, no me deja hablar más que una sarta de estupideces

sábado, 17 de enero de 2009

Sábado




He estado pensando en tomar tus manos y ponerlas sobre mis cachetes. Una por cada lado. Reírme de sorpresa y hacerme con eso un sándwich de cachetes.

Llevo tres años soñando con tus manitos.

O manos
O manotas

Esas son discusiones de hombre.

Y yo no soy un hombre.

Soy una abejita.

Son treinta años queriendo que me recorras con tus manos.

Manos.
Manitos.
Manotas.

Tres o treinta.
La eternidad es lo que vale la pena empezar a contar

Tres años son treinta y tantos años para un perro, una verdadera eternidad.

Para un perro.

Tú podrías entender entonces que tres años es tiempo más que suficiente para andar viendo tu reflejo en las ventanas.
Porque apareces y desapareces.
Te hago aparecer y te diluyes
En cualquier violento invierno te reflejas en las paredes de mi pieza, y yo las pinto de verde palta.

Y después de tantos años te diviso en una plaza.
Estás viejo, como demacrado.
Sólo la avalancha de años me hace estar segura de que tanta piel colgando en algún punto te aguanta. Y me regalo el placer de ver como seguimos vivos, cómo te ha hecho de mal la vida y me pregunto si acaso en ese borde de piel muerto queda espacio para un placer chiquitito, chico, chicotote.

Son treinta años, son miles.
Son las gotas de nuestro pasado agitándose como caballo de bandido, y te suplico.

Te reconozco.

Si esto hubiese sido hace un par de meses, te hubiese visto tan cambiado. Quizás ni te hubiese reconocido.

Pero han pasado ya los años.
Los que sean.
Y sigues siendo el borracho de siempre. El más grande de los boxeadores. El reloj sin cuerda. Mi buen amigo y mi mal hablado personaje.
Eres lo que habría querido de regalo de navidad, lo que hubiese comprado con mi primer sueldo.
Eres un juguetito de Matel.
Un juguete, un juguetote.

Y aún con toda esa piel encima, aún por sobre ese alud de grasa y polvo, aún más allá del accidente de cara que traes puesto, me sigo imaginado tus manos en mis cachetes.

Tus manos,

tus manotas,

tus manitos.

martes, 9 de diciembre de 2008

5


No voy a entrar en detalles. Tampoco voy a declarar con precisión, ninguna de las leseras que alguna vez me dijiste, y tampoco me esforzaré en darle valor a los comentarios importantes, porque ya están dichos.
Menos voy a sostenerme en la idea ridícula de que puedo describir de alguna manera cómo eres, cómo tu cara se constituye en un cuerpo completo que me permite reconocerte entre miles de seres humanos y que a pesar de que tengas sueño o no te hayas duchado, me deja redescubrirte en los ojos caídos de una señora a punto de quedarse dormida, en la carcajada de un niño mientras mira un perro, en el caminar confuso de un hombre mayor o en el olor de mi cuello cualquier día domingo.

Me quiero desprender de la pretensión de que si escribo tu nombre de algún modo ya está claro de quién hablo. Como si existiera sólo un Cristóbal que despierta perversiones en mí, una sola Susana que pinta cuadros, una sola Claudia con desorden bipolar, un solo Pedro capaz de mentir como los dioses.
Como si declamando un par de letras, pudiera lograr el premio de tu atención.

No voy a contar nada relevante.
Menos voy a ensalzar un detalle adorable y cotidiano para hacer que suene bonito que pierdo el tiempo declarando el cómo una persona que no existe toma desayuno.
Un desayuno, tan adorable, como el que ocurre cuando con delicadeza separas cada uno de los cereales de tu tazón para formar sobre el tope, y flotando, la figura de un árbol.
O que de pronto el estudio resulte una actividad encantadora si lo cuento resaltando una manía que sólo yo veo, y que puedo traducirla si explico, en un par de frases y con una redacción medianamente poética que, mientras lees, te tomas el pelo, te lo desenredas, te lo vuelves a tomar y te haces un moño sin amarras que en un segundo deshaces.
Como dejando en claro que, con eso, estas haciendo una mueca de puro inconformismo. No así cuando derramas tu pelo sobre mi espalda descubierta, sólo para decirme que de algún modo, que no logras entender, es posible que me ames.

¿Para qué tendría la necesidad de escribir algo así? Para qué confirmar deseos y descubrir gestos, que probablemente no existen, mientras puntualizo tu voz llena de recovecos. Si al final, esto va a ser olvidado, va a constituir otro de muchos recuerdos prescindibles, nada que se pueda finalmente comer, ni menos besar.

Es lo que es, nada más. Las ganas de decirte que te abroches los zapatos y así sentir que después de tantos años, al fin precisas algo de mí.

domingo, 16 de noviembre de 2008

4


Yo no le temo a esto que me pasa, no temo a entregarme a sentir dolor. Me repugnan las historias marchitas sin siquiera abrirse, tan cursis. Me molesta comerme las ganas de llenarme de besos por el miedo del que todos hablan y por el que todos estiran la trompita, cuando la verdad es que el dolor se mantiene intacto aún cuando se tenga al lado a un hombre o a un gusano.
Aún cuando haya una mina en tu cocina a las 9 de la mañana preparándote el desayuno, o un hombre mandándote cartas mamonas los días de fiesta.
No estoy hablando de la minucia del amor, estoy hablando de lo precario de la excusa del dolor. Si al final lo que nos duele, es lo que se nos ocurra somatizar de aterrador en cualquier día irrelevante y falto de grandes motivos.
¿Para qué el discurso del miedo, flaco?-¿A qué le tienes miedo, a ver?
¿A morir o a ser olvidado?
¿A follarte a esa mina o a perderla?
Sí, ya sé flaco.
A que te rechacen
A hacer el ridículo
A fracasar y a perder.
¡Por favor! No se trata de andar deshabitando lugares para ir a echarse a morir.
Se trata del deleite que me produce haberme dado cuenta, hace varios años atrás, que no se puede seguir engañando a la gente de que las cosas –no se bajo cuál paradigma de amor- terminan pudriéndose, perdiéndose o haciéndose yayitas.
Ahora bien:
-Si te caes escalera abajo, entonces el delirio es posible
-Si se le rompe la bolsa a una mujer, entonces es factible un parto.
-Si una paloma te caga la cabeza, entonces es prudente irritarse y llorar si lo estimas necesario.

Pero si un hombre a usted la deja, llegará otro a hacerle el cariñito en el cuello que tanto le gusta o vendrá a darle el besito en el muslo que la vuelve loca. Llegarán los hijos para que la despierten de golpe a las 7 de la mañana con las patitas heladas.

Mi nombre es Eva y tengo miles de años.

Y si yo hubiese podido elegir, no lo hubiese escogido a él. Pero por desgracia, ha sido la única opción que se me ha dado.

En el caso de haberlo elegido, habría botado sus peros y podría haber tenido el valor para deshacerme con otro y marchitarme hasta el pelo en las manos de un cuarto y en un quinto callar, tener el recuerdo de un placer, de una carcajada y de un llanto a moco tendido con otros muchos.
Pero yo no pude elegir, yo pude dejarme llenar por un hombre plano que dudé conocer, pero que era el único hombre. Era mi él.
El que se apodera de mi recuerdo, el que me repugna algunas mañanas mirar, el que se parece a mi padre, el que se ríe conmigo del pronóstico del tiempo mientras hace llover en mis adentros apenas se lo propone. Aquel que me derrite el paladar mientras masculla los pocos dientes que me quedan y se saborea los nulos pelos de mi lengua que se pronuncian en su saliva ácida y exquisita.

No me quedó otra más que él.
Entonces, el amor se trasviste en un juego del que satisfecha no puedo.
De él son las verdades, de él me nace el verso presuntuoso.
Y no me dejó elegir, me dejó (de) doler.
Se me presentó, así como lo ves, y me dijo que sería contraproducente resistirme, que no había porqué.

Estoy segura que se lo dice a todas el muy conchadesumadre.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

3


Aprendí a escribir a los 4 años.
La gente estaba extasiada, mi familia chillaba como loca, y me llevaron a Sábado Gigante para que transcribiera un poema de Becker, mientras Don Francis hablaba de Nescafé.

Me llamaron genio. En esa época no se usaba esa lesera de decir ellas y ellos, buenos y buenas, señores y señoras, niñas y niños, padres y madres. Yo era genio.

Pero a mi no me gustaba mi letra, la encontraba gorda, medio sucia, lenta y carente de personalidad. Era una letra plana, prácticamente ilegible, pero la gracia eran los 4 años.

Cuando cumplí 12, mi mamá me regaló una bicicleta, y cuando me caí, apenas pasadas las dos pedaleadas, me miró con una cara de preocupación que no voy a olvidar nunca.
Todos supieron que lo de genio, era para niñitos hombres. Mi hermano Diego había aprendido a andar en bicicleta, esa misma tarde, a los 3.

Ambos llevamos, en la actualidad, 5 años en un centro de rehabilitacion
Yo, por haberme hecho adicta a la pasta del lapiz bic.
Él, por no saber que cuerno se podía hacer con las ganas de tirarse a cada bicicleta que pasaba con un cabro chico arriba.

Ahora bien, también es cierto que el día que decidimos ser seres vivos tuvimos que asumir que cuando uno se rompe la piel, entonces sangra. Así mismo como cuando uno se muerde los labios, o la lengua. Ya sea responsabilidad propia o ajena.
Es eso o ser piedra, no hay donde perderse.

lunes, 20 de octubre de 2008

2


Tu cara estaba restringida porque mirabas hacia abajo. Abajo ya no puedo mirarte, es demasiado frágil, demasiado poca cosa. Aún así, tenía un secreto deseo de escucharte, de hacer caso omiso al hecho de no conocer ni tu nombre. Callo, escucho, muevo la cabeza y me arrodillo. Miento, eso no lo haría nunca. Lo hago para darle dramatismo, para que usted dijera ¡diablos! Creo que me es imposible inferir de quién habla.
No sé, a veces hablo de más. De las ganas de saber de mí, a veces de mis hermanos, de la modorra que me da levantarme, de los aniversarios, de mi amiga que llora sensible las penas de su madre o del olor a vainilla cuando hacen queque en mi casa.
Él estaba ahí parado, con el cuerpo frío después de su clase de aeróbica, muerto de miedo frente a una malla color verde limón que se meneaba camino al baño. Ella siempre bostezaba cuando él la miraba, a él no dejaba de parecerle encantador.
Sin embargo, en la perfección de una relación anónima, a él se le ocurrió arriesgarlo todo por un cigarro prescindible.
Por una voz de pito que nacía desde una boca roja, desde una cara que me parece tan buena, tan perfectamente construida. Me gustaría pagar sus acciones y pretender que, de algún modo, en la perversión creadora del lenguaje, es posible llevarlo conmigo y atravesar el desierto, comer en una mesa y observar su cara mientras muerde un pan, mientras roe un pedazo de carne o mientras deshace una jalea empujando su lengua contra el paladar. Resistir, menguar la mañana. Salir a caminar en pijama por alguna avenida deshabitada. Hacer referencia a alguna infancia bien constituida.
Aún en malla, en red de terciopelo, saber con mucha gracia el esquema en tres tiempos, dar un fabuloso examen, irse a dictar clases a Francia, y en una de esas, adquirir allá mismo el sabor latino. Siempre me han llamado la atención las rutas de vigilancia, inocentes caminos tan llenos de hombres rabiosos, que espero que algún día se conviertan en fanáticos del gospel y, porqué no, del canto gregoriano.
¡Uy! no descarto que la mujer quisiera hacer lluvia del ojo, del lago, del lado y del sur.
Sigo sobre su cabeza, la misma que gacha, no es capaz de girarse y ver el cielo, pero que diestramente come del suelo y enloda las palabras con amenas experiencias de vida que a casi nadie le importa.
Eres un cerdo.
Una muchachita maravillosa.
Un hombre con hocico de puerco. Te alegras de llevar en tu mano miles de chinos con pistola, uno de esos juguetes que resultan absurdos, aún hundidos en un mar de estupidez, proyectos de niño problema que tu papá, en su ignorancia, no supo ver.
Entonces: no me queda más que un adiós precario, benevolente por lo burdo que, insistente en un último ¡buenos días!, me declare vivo una vez más en el desayuno.
Mas no le temo a la muerte. Él le teme a la muerte.
Ella no le teme a morir, no le teme a los placeres del mundo, no le teme al pastel del choclo ni a los relámpagos. Eso sí, le teme a la tapa fría del water, a las peleas que se tuercen en un bar y le teme, sin dudarlo, a los gitanos.
Algunas tardes, le teme a sospechar que estamos demasiado acostumbrados a esta peligrosa forma de vida.
Pero son las menos.

lunes, 13 de octubre de 2008

1


Se está acabando mi cigarro. Sospecho que no me quedan más en la cajetilla, así que decido tomármelo con calma. El día no está para salir a dar una vuelta y en las farmacias aún no venden cigarros. Así que tendría que caminar demasiado lejos como para tomar las llaves y partir.

En lo alto de mi reflexión, me encuentro con tus manos que me invitan a pasar un rato en nuestra cama. Harto de mirarlas, me fijo que las tienes secas -tan secas- como sonaron tus palabras el día que me dijiste que el güea del Pablo era mejor que yo.

No sé a qué culpar, mientras subimos las escaleras y te saco la blusa, si a tus dientes amarillos o al mal hábito que tienes de hablar mientras comes sólo para insistirme lo bien que me veo, con la esperanza ridícula de que te diga que tú también.

No se para que lo haces, si sabes que eres absurdamente bella. Aunque es cierto, que de un tiempo a esta parte, decididamente aburrida y predecible. Repleta de abusadores masajes capilares y cremas contra la celulitis, reglas para comer al desayuno y técnicas para hacer la cama en tiempo récord.

Me tocas el cuello, me besas despacio con tu lengua y cantas desafinado, en mi oído, la misma canción de hace cinco años. Yo me río por cumplir.

Ya son las nueve, sé que a esta hora te tomas la pastilla. Pero pienso, tres minutos más y estamos.

Te miro y de inmediato una referencia al abuso de poder, a los años compartidos, al Big Bang aparte que me provoca tocarte.
Me detengo en tu tórax, no dejo de pensar en lo repugnante de tu hálito de día domingo.
Y aprovecho de rezar, de hacer más productivo mi amor por ti.

Cuando caigo en cuenta que
Se acabó.

Voy a tener que salir a comprar más cigarros y es a ti a quién voy a tener que rogar que me acompañes, haciéndote ascender al cargo de indispensable.

Aunque sé que convencerte está en ofrecer que de cena, yo cocino chocolate.